La Cocinera Poblana y el libro de las familias

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Puebla se ha consolidado a lo largo del tiempo como una región del país cuya cocina es cada vez más apreciada por propios y extraños. En este proceso lento y gradual, distintos aportes, reales e imaginarios, acrisolaron una oferta gastronómica de naturaleza criolla y mestiza, cuyos aromas y sabores son considerados de sensibilidad barroca; esa es, por ejemplo, la opinión que le mereció a don Fernando Benítez el emblemático mole poblano de guajolote. La cocina poblana –de orígenes precolombinos unos, y europeos, asiáticos y árabes otros–, además de conquistar el paladar de los golosos, ha motivado también el interés intelectual por su estudio y un creciente empeño por su conservación y recreación.

Para acercarse a esta maravillosa cocina de larga tradición nacional existen muchas maneras. La más común y deliciosa, sin duda, es paladear sus guisos, postres y bebidas en alguna de las muchas fondas o restaurantes de la antigua Angelópolis, o si se corre con mejor suerte, en la mesa de alguna familia de abolengo de las que suelen guardar todavía los viejos recetarios “de la abuela”. Es en estos espacios públicos y privados donde el mole poblano, los chiles en nogada, los dulces y el rompope de Santa Clara se enseñorearon en el gusto general. Pero existe también otra cocina en Puebla, con platillos elaborados a partir del maíz, el chile, el frijol, los nopales, los quelites y frutos autóctonos, que nos ofrecen suculentas combinaciones en forma de tortillas y tamales, así como caldos, sopas, adobos, bebidas y conservas, que emergen para nuestro agasajo nada más recorrer la variada y hermosa geografía de la región.

La fama culinaria de Puebla se ha extendido también por otras vías, a través del ingenio de cronistas y literatos, que han construido la historia de algunos platillos mediante leyendas, unas veces piadosas y otras colmadas de romanticismo, en los que se advierten propósitos seductores inequívocos. No podría ser de otra manera, la comida se hizo también para conquistar al prójimo: en familia, entre amigos o en amoroso encuentro; y ni se diga para atraer al extraño, a los viajeros y visitantes, y compartir con ellos el gozo terrenal de esos gloriosos productos de la tierra, el agua y el ingenio de cocineras y cocineros poblanos.
No obstante, para conocer la cocina poblana también hay otro camino que ofrecemos a nuestros lectores en esta obra: el de las recetas. En efecto, más allá de los libros que nos cuentan historias fascinantes tejidas en torno a frutos y platillos, conventos y visitantes, existen otras interesantes obras de cocina que guardan los saberes reales y las experiencias prácticas de siglos. Esos cuadernos de cocineras anónimas o de algún avezado cocinero –muchas veces preservados en forma manuscrita–, pero sobre todo los recetarios impresos que se popularizaron en el siglo XIX en México, difundieron los insumos y las formas burguesas que una sociedad adoptaría para cocinar y comer en convivencia. En efecto, si bien los viejos recetarios resguardan en el blanco y negro de sus páginas los más preciados tesoros de una cocina regional o nacional, son a la vez manuales que prescriben la organización de los espacios, utensilios y tiempos para disfrutar con propiedad y elegancia los platillos; y más aún, son pautas del comportamiento social de los comensales, en tanto medios para la educación y refinamiento del gusto y las buenas maneras en la mesa.

La aproximación a la cultura culinaria de una sociedad a través de los recetarios antiguos tiene además un sentido práctico para quien oficia en la cocina; en ellos está presente la precisión de las recetas, por más que en el pasado su formulación se haya puesto con unidades para pesar y medir de muy variadas fuentes y costumbres, en la que solemos encontrar una abigarrada mescolanza de arrobas, libras, cascarones de huevo, pizcas, dedos, tlacos… De esta manera, si bien el tema de la cocina siempre nos ofrece la oportunidad de largas charlas y disquisiciones –tan placenteras como la degustación misma de los platillos al lado de fina compañía–, resta finalmente ese otro lado de la cultura culinaria: la gastronomía, exigente y determinante. Es ahí donde la matemática de la medición de los ingredientes y los secretos químicos de la fermentación y la cocción de los platillos, hace la diferencia entre la literatura, la ficción y el oficio artesanal del cocinero.

Esta forma de aproximación a la historia culinaria en Puebla, insistimos, es la que proponemos en este libro a nuestros lectores: amantes de la buena mesa, estudiantes de gastronomía y público en general. Para ello hemos rescatado uno de los recetarios clásicos de la cocina poblana, y quizá el más difundido y apreciado en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX: La Cocinera Poblana y el libro de las familias, publicado por primera vez en Puebla, en 1877, por el músico, editor, librero y empresario catalán Narciso Bassols i Soriano.
Esta es la historia…
DE VENTA EN PUEBLA EN LIBRERÍAS UNIVERSITARIAS DE LA BUAP, UIA Y PROFÉTICA, EN PUEBLA. EN LA REPÚBLICA MEXICANA A TRAVÉS DE LIBRERÍAS GANDHI, FCE, EL SÓTANO Y DISTRIBUIDORA TINTA ROJA.
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