marzo 14, 2024
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Prólogo (fragmento)
Raquel Torres Cerdán

Leer el trabajo de Lesterloon me llevó a la palabra florifagia, que no es sino la manera o arte de consumir las flores, a recordarlo solicitando sugerencias de cómo podía llevar a cabo su trabajo de investigación, que fue siempre el tema que desde niño lo llevó a explorar patios y jardines familiares cuando olía el aroma de las flores, al tiempo que las probaba para conocer su sabor y tratar de adulto de buscar notas, fotos, recetas y hacer entrevistas de campo que lo remitieran a su registro, o a cómo y por qué en Veracruz se consumen tantas flores, ya que de eso se trata el presente libro.

Acepté gustosa el pedido de escribir unas líneas a su acucioso trabajo y me remití a buscar en el Nuevo cocinero mexicano en forma de Diccionario, (reproducción facsimilar con la edición París-México, Ch. Bouret, 1888) qué se escribía en esos tiempos sobre las flores comestibles; al respecto encontré en la página 327:

Son las flores una de las obras más hermosas de la naturaleza, pues recrean la vista y el olfato de todos los hombres con la belleza de sus formas, sus colores vivos, frescos y brillantes, así como su aroma exquisito…    ellas nos suministran variedades para diversos usos en guisos, ensaladas, postre pastillas y bizcochos, admirables unas por su perfume y otras por su sabor estimable, otras útiles porque curan y alivian nuestras dolencias. También se sacan de las flores jarabes, conservas, confituras, esencias, aguas destiladas, polvos, en una palabra son el origen de las sensaciones más deliciosas. No todas las flores pueden emplearse sin riesgo de la salud, por esto no convendrá hacer uso sino de aquellas cuyas cualidades y virtudes sean perfectamente conocidas y saludables, como la rosa que llaman de Castilla; en corta cantidad la borraja, capuchina o mastuerzo mexicano, malva, malvavisco, chicoria silvestre, buglosa hortense o lengua de buey, azahar, cacaloxóchitl, y la flor de durazno también en corta cantidad.

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